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La cultura es inocente hasta que se demuestre lo contrario

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El pasado 30 de mayo salió publicado en Núvol y en nuestro blog de Teknecultura el artículo “El teatro no es para pobres”.

Con un inicio de vocación provocadora, el artículo defiende que la desigualdad en cultura es, sobretodo, efecto de la desigualdad de la sociedad en la que actúa y que luchar en favor de la accesibilidad para la cultura pasa por luchar contra esta desigualdad.
Pocos días después, el Instituto Nacional de Estadística (INE) hizo público el Módulo de participación social de su Encuesta de condiciones de vida del año 2015. ¡No podía ser más oportuno!

La encuesta es una mina de datos y un baño de realidad para todo el que se dedique o tenga interés en la cultura y su nota de prensa es un buen resumen.

El consumo de espectáculos en directo es bajo. Sólo un 32,7 % de los encuestados dice haber asistido a un espectáculo teatral, a un concierto, a una ópera, o a un espectáculo de danza en los últimos 12 meses (si subimos el listón a más de 3 experiencias, la cifra baja al 12,3 %). Y no solo eso, estos porcentajes van a la baja respecto al 2006 en actividades culturales (mientras no lo hacen en actividades deportivas). En el caso del cine el descenso de los que asisten es aún mayor, aunque sigue siendo la actividad cultural más popular.

 

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Como novedad, como feliz novedad diría yo, el módulo de actividad social de la encuesta de 2015 también ha indagado sobre las razones para la no asistencia. Así, ya no tenemos que conformarnos simplemente con saber que el 67,3 % de los encuestados no ha asistido a ningún espectáculo de cultura en vivo en el pasado año. Podemos preguntarnos el por qué, y a partir de ello actuar e intentar mejorar ese preocupante dato.

 

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Las razones para no asistir son diversas; en la categoría de “Otras razones” quedan agrupadas un 41 % de las personas encuestadas. Para el resto, la razón más poderosa para no asistir es la falta de interés, un 28 %. La segunda ya es la limitación económica, con un 21 %. ¡Qué lástima no disponer de este dato en la encuesta de 2006!

Es decir, una cuarta parte de los adultos que no consumen cultura en vivo responden que la razón determinante para no hacerlo es su coste. Este ha sido el hecho más destacado en algunos medios: muchos ciudadanos no van al teatro o al cine (con cifras similares) porque no pueden permitírselo.

Si desgranamos estos datos en función de los niveles de renta, vemos como los encuestados que asisten más y con mayor frecuencia son los que cuentan con un nivel más alto de ingresos.

 

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Es decir, las rentas bajas van menos al teatro porque no pueden permitírselo. Justo el punto de partida del artículo “El teatro no es para pobres”. Pero… ¿es el precio la barrera? ¿Si bajamos o eliminamos el precio, la participación cultural ascenderá hasta el 50 %? ¿La franja gris del gráfico se tornará como mínimo naranja?

Yo tengo mis dudas.

Por un lado, podemos ver cómo otras variables (como el nivel de estudios) tienen una correlación con la participación cultural tan fuerte como la renta.

 

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Observando los datos por comunidades autónomas, también podemos ver cómo menor renta media no implica mayor % de encuestados que no asisten por razones económicas. Extremadura, Ceuta o Melilla serían buenos ejemplos de ello.

 

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Sí, es posible que los niveles de renta medios no recojan una situación de mayor desigualdad. Es posible encontrar comunidades con mayor renta media pero también con mayor % de ciudadanos en rentas bajas. No disponemos de ese dato para evaluar.

Pero también es posible que la encuesta nos describa una percepción no solo del precio, sino del precio contrapuesto sobre el valor (siempre que leo encuestas me acuerdo de la brillante intervención de Alberto Fernández en el I congreso de Marketing de las artes que organiza @asimetrica). Esos encuestados nos están diciendo que, ordenando sus prioridades y su disponibilidad, la cultura en vivo queda por debajo de sus posibilidades. De ahí que, también en rentas medias y altas, aparezcan personas que aducen no poder permitirse asistir a un evento cultural.

Apuntando en la dirección del artículo citado, el nivel de renta y el nivel de estudios –también lo veríamos con el lugar de residencia–… son algunas de las variables evidentes de una realidad compleja que relaciona lo que podríamos llamar clase socio-cultural. La clase socio-cultural define el valor que las manifestaciones culturales analizadas aportan en sí mismas, o por su valor simbólico o relacional. Esto va a un lado de la balanza, al otro la disponibilidad de renta. En la resta entre los dos conceptos encontramos la respuesta a si nos podemos permitir asistir o no.

 

En resumen…

  • Sí, el precio es una barrera de acceso, pero no para todo el mundo y no por igual para todo el mundo.
  • Sí, el nivel de renta está asociado a la participación cultural. Pero no tanto por definir una limitación económica como por su asociación a otros factores como los estudios, el bagaje cultural heredado y construido, el grupo social con el que nos identificamos…

Y como corolario…

(especialmente indicado para políticos y gestores culturales con responsabilidades políticas)

  • Seamos cautelosos con las lecturas simples de una realidad muy compleja donde las barreras invisibles pueden ser más altas que la visibles.
  • Cuidado con medidas orientadas a facilitar la accesibilidad cultural fundamentadas en el precio.
  • Cuidado con los juicios rápidos, porque la cultura es inocente de elitismos hasta que se demuestre lo contrario.

 

 

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