Envidia boomer

El bono cultural fue una de las medidas más destacadas de la política cultural del gobierno del año que acabamos de dejar atrás, 2022. Fue una de las novedades presentadas por Miquel Iceta en sus primeras semanas como ministro y fue acogida con interés y el aplauso de gran parte del sector. No es para menos, la medida llevaba asociada una reserva de más de 200 millones de euros del presupuesto del Ministerio.

En noviembre supimos que la cifra se vería ajustada a algo más de 100 millones, pues un 40 % de los jóvenes con derecho al bono no lo solicitaron. Eh, aun así, ¡celebrémoslo! Son más de 100 millones de euros[1] que deben haber acabado llegando indirectamente a las delicadas finanzas del sector cultural de 2022.

Pero no perdamos la oportunidad de evaluar críticamente la respuesta de los destinatarios. ¿por qué ese 40 % no ha solicitado su bono?

2022 ha sido el primer año de la medida (en otros países ha tenido mayor aceptación a medida que se consolidaba), seguro que no todo el mundo se ha enterado (a pesar de dedicar cuatro millones de euros a la campaña de comunicación). Además, el trámite de solicitud requería de una cierta paciencia (que el Ministerio se comprometía a mejorar en 2023, pero que no olvidemos, estaba compensada en la meta con 400 €), pero, aun así, creo que el dato merece una reflexión abierta a la autocrítica.

No voy a negar que algunas de las dudas que voy a exponer son a priori, las pienso desde que se presentó la medida (escribir estas reflexiones ahora no es síntoma de oportunismo en estos momentos, más bien resultado de la falta de tiempo antes), así que mi interpretación de los datos puede tener sesgo de confirmación.

Entiendo que la medida tiene un objetivo[2] doble: por un lado, incidir sobre el consumo de los jóvenes y, por el otro, sobre los ingresos del sector.Mejorar la accesibilidad de los jóvenes a la cultura se está convirtiendo en el santo grial del desarrollo de audienciasMejorar la accesibilidad de los jóvenes a la cultura se está convirtiendo en el santo grial del desarrollo de audiencias. Los adultos estamos preocupados por el bajo índice de participación de los jóvenes en las propuestas que preparamos, consumimos y nos deleitan a nosotros, los adultos.

Por un lado, quisiera destacar que el bajo índice de participación no se limita a los jóvenes, es más bien general (como las encuestas de hábitos culturales del propio ministerio informan). Y, si buscamos ejes de desigualdad más allá de la edad, encontraremos los niveles de renta o de nivel de estudios (también correlacionados con los primeros) como dimensión más destacada.

Pero asumiendo que el problema existe, de la medida se deduce que existe un diagnóstico según el cual los jóvenes españoles consumen menos cultura de la que esperamos o queremos, y el precio es una de las causas fundamentales.

Este diagnóstico no es correcto. Cuando menos no es completo, es una simplificación de una realidad muy diversa y compleja. Sin duda el precio es una de las barreras de acceso, y lo es especialmente entre los jóvenes, con menos independencia económica (en general). Pero todos los datos apuntan a que no es la barrera más alta en la mayoría de los casos, por más que ésta pueda estar correlacionada con la auténtica causa.

Las citadas encuestas del ministerio nos advierten sobre la falta de interés y la falta de tiempo como la gran barrera de acceso a la cultura. Más aún si interpretamos que la denuncia de la falta de tiempo para incrementar el consumo cultural no es más que una forma amable de demostrar poco interés (no tenemos suficiente interés como para priorizar la actividad).

Sin incidir sobre el interés, sin invertir en la oferta (el otro lado de la balanza en la decisión), los esfuerzos sobre la demanda no serán linealmente fructíferos. Hagamos un experimento mental, ¿qué bono necesitaría el lector para asistir a, pongamos por caso, un partido de balonmano? (no se ofenda ningún aficionado, sitúen aquí cualquier actividad a la que no hayan asistido ni pensado asistir jamás, una actividad que no conozcan a nadie que practique).Cuando distribuimos ayudas de forma universal, sin más criterio que la edad, podemos estar incentivando especialmente el consumo de aquellos que ya consumíanEl precio es una barrera, no hay duda, no quisiera sonar como un ultraliberal convencido de las bondades del mercado, no lo soy. Pero lo es de una forma compleja. Cuando distribuimos ayudas de forma universal, sin más criterio que la edad, podemos estar incentivando especialmente el consumo de aquellos que ya consumían (con un efecto final antidistributivo de los impuestos).

Pensemos que muchos de esos mismos jóvenes que no van al teatro, que no compran libros[3], cuentan con tiempo de ocio (más que los adultos, o con mayor autonomía de uso, cuando menos) y lo ocupan, pero lo ocupan con otras actividades, algunas sin coste, otras con costes homologables o superiores a la actividad cultural clásica. Están en otro momento vital, necesitan por encima de todo socializar, y hay actividades más socializantes que visitar un museo, o simplemente, en el ejercicio[4] de su libertad actúan bajo preferencias que no son las nuestras.

En conclusión (y el casi 50 % que no ha pedido el bono así lo confirma), para muchos jóvenes, lo que les ofrece la “cultura institucional”, ni gratis oiga.

Y sí, a pesar de todo, llegaran 100 millones de euros a un sector que bien los necesita. Pero, de ser este diagnóstico parcialmente cierto, el incremento real de ingresos será menor. Parte de esos ingresos hubieran llegado igualmente y ahora sus destinatarios cuentan con más recursos para gastos complementarios a la actividad o consumo cultural. Dicho a lo bruto, en lugar de asistencias a conciertos, parcialmente estamos financiando el consumo de cerveza.

Por no hablar del coste de oportunidad. Cuando el ministerio de cultura hace este esfuerzo en esta política lo deja de hacer en otras (por ejemplo, otras que faciliten arriesgar e innovar en el lado de la oferta, el del interés, o el de la gestión y la eficiencia).Necesitamos consumidores habituales, solo del hábito conseguirá la cultura dejar un poso, un impacto sostenido con el que conseguir el objetivo último de contribuir a la construcción de ciudadanía y de cohesión socialPor otro lado, ¿qué continuidad le vamos a dar? ¿Ayudamos el año en que el ciudadano pasa a ser mayor de edad para abandonarlo a continuación? Necesitamos consumidores habituales, solo del hábito conseguirá la cultura dejar un poso, un impacto sostenido con el que conseguir el objetivo último de contribuir a la construcción de ciudadanía y de cohesión social. En Francia parecen ir en esa dirección, y las ayudas empiezan antes y van más allá en calendario de aniversarios. Pero esto incrementa los costes sensiblemente, y si no estamos seguros de los resultados podemos agravar aún más el problema.

Y aquí hemos llegado a un punto crucial. ¿Hemos previsto una forma de medir los resultados? ¿Tenemos definidos los objetivos a los que aspiramos? ¿Son medibles? ¿hemos previsto en la implementación como vamos a medirlos? No podemos no aprender de este enorme experimento[5].

Aprender sobre la demanda que prefieren los jóvenes, sus intereses, qué peso tiene el precio en sus decisiones, qué otras barreras pesan.

A pesar de todo, no se me malinterprete, con todas las dudas, nada que oponer (el coste final será similar al de un avión de combate, mucho mejor esto, donde va usted a parar). Entiendo la bondad de las intenciones y no dudo de sus efectos positivos, dudo algo de su eficiencia y reclamo evaluación, simplemente.

Y por no quedarnos en la crítica sin propuesta, me pregunto, desde la osadía del desconocimiento ¿qué coste en los presupuestos del estado supondría una desgravación directa en el IRPF del gasto en cultura hasta un cierto máximo y que dependiera de edad y nivel de renta por ejemplo? Una moderna ley de mecenazgo, vaya.

Aunque bueno, quizás todo sea simplemente sesgo de confirmación…y envidia boomer.


[1] En 2023 esperamos contar on la cifra final de conversión, que porcentaje del bono han consumido los jóvenes y en que, información tan interesante o más que la que motiva este artículo y que seguramente motivaran el que le siga

[2] Aprovecho para reclamar que ésta y todas las políticas cuenten con una mejor definición de sus objetivos, más medible. Concreción en la métrica clave que pretendemos incidir y cuanto aspiramos a hacerlo. Una evaluación sistemática nos llevaría a la mejora de la efectividad de los esfuerzos

[3] por cierto, dividir la ayuda por tramos para garantizar una distribución en el sector y la diversidad en el consumo sin excluir los contenidos digitales, me parece todo un acierto

[4] el colmo sería la reventa, como sospecha este artículo de La Vanguardia

[5] ¿lo han hecho los países vecinos que llevan ya algunos años con la medida? ¿Alguien sabe? Yo no he tenido tiempo de investigarlo, todavía.

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